viernes, 25 de octubre de 2013

AHORA QUE ENTRAMOS EN EL MES DE LOS DIFUNTOS


Como he prometido que volveríamos con artículos quiero aprovechar para contar una anécdota totalmente verídica que le paso a un tío mio, el padre de mi tía Maruchi, allá por principios del siglo XX, y que se llego hasta publicar como una noticia en el diario de Cádiz "la Hoja del Lunes" la cual copio literalmente.

Con ello quiero recordar que estamos disponibles, aunque sea un anuncio luctuoso, para poner música en los funerales, como se hacia en el pasado siglo. Que mejor música, y que de mas pena que una buena Capilla.

Por cierto igualmente les prometo que el caso que a continuación les cuento no se volverá a producir por muchas circunstancias que lo hacen imposible.

"Vamos a remontarnos al año 1916 y sus alrededores .
No era mala la época para Cádiz. Había una intensa y derrochadora vida nocturna, con diversos cabarets y otras tantas salas de juego donde las orejas de Jorge andaban
maltrechas durante toda la jornada . Recordamos aquellos establecimientos nocturnos concurridísimos donde se cenaba bien y por poco dinero, las tiendas de "La Habana",
"El 606", la "Villa de Madrid" y el llamado "Café Europa" en plena plaza de las Flores, donde hoy está un gran almacén y antes un depósito de plátanos.
En este establecimiento, con nombre europeo, había de todo. De día, café, de noche, pequeño restaurante barato, donde hacía su agosto el freidor de al lado, que todavía
subsiste, y durante las veinticuatro horas, amplia sala dedicada al billar, nutrida de una gran muchachada de estudiantes y aficionados a las carambolas .
Al frente de estos billares estaba un extraño individuo, que en el argot de este juego se llamaba "colme" , que organizaba partidas, dirigía encuentros, cobraba, 'daba
tiza a los tacos y soltaba de cuando en cuando algunos de éstos, cuando no se atendía a sus indicaciones. No recordamos exactamente su nombre, pero si su rara figura ,
escuálida, huesuda, quijotesca, vestido casi siempre de negro que quería tirar a descolorido.
 Allí estaba siempre en su puesto de combate con la juventud y se dedicaba en sus horas libres —ya existía el pluriempleo— a otros menesteres tan misteriosos como él .
Había uno de estos trabajos en que era consecuente y casi diario. Tocaba el fagot en los entierros gaditanos.
Con cara severa y triste llevaba su aparato en todos los sepelios cuando éstos eran verdaderas cortejos, al frente de los cuales iba la llamada "mesa de posa" que algunos
recordarán bien, y venían detrás los músicos dolientes y el clero y demás participantes del acompañamiento .
 La mesa acaso se denominara así porque se "posaba" de vez en vez durante el trayecto para los responsos. Un mundo totalmente distinto, en lo local, a lo que sucede hoy en
estas ceremonias.
Nuestro hombre del billar era gran amigo de la Lotería Nacional y jugaba de todas todas . Pues bien, había comprado varios décimos de un sorteo inmediato y el número
no se apartaba de su pensamiento, ni dormido, ni despierto . No podía fallar porque eran cifras cabalísticas , que habían de dar su buen fruto y resultado . Iba con su
fagot interpretando marchas fúnebres y música lúgubre por la calle de Compañía, en un entierro de calidad, cuando al pasar por la administración que estaba en dicha vía
frente a la calle Arbolí, ocurrió el suceso inimaginable .
El del fagot vio en la pizarra con grandes números el suyo, el que llevaba en su cartera encima de su corazón , el que tenía que salir. Nada menos que estaba agraciad o
con el "gordo" y allí fue Troya. El fagot dejó de emitir sus tristes sones y se puso a tocar a todo tren unas alegres sevillanas. La cosa no era para menos.
Pueden calcularse lo que sucedió. Algo para ser visto y comentado en todas las naciones . Y el hombre del billar no estaba loco, como la gente creía .
 Cuerdo y bien cuerdo; y después -tiró el fagot en la primera casa puerta que encontró . Históricamente verdad.


Francisco MORENO RUIZ."

"Nuestro recuerdo para todos aquellos que a pesar de soplar mucho y bien durante muchos años, no pudieron tirar sus instrumentos a ninguna parte, llegandoles su hora de dejarnos "con el pito a cuestas" 

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